Los gobiernos de derecha propalan discursos “moralizantes”. Encubren así sus intenciones de “cambio de régimen”, transfiriendo ingresos a los grupos más concentrados. En este sentido, la historia brasileña, a partir del “suicidio” de Vargas nos deja sus enseñanzas.
Por Miguel Martins- Thais Paiva*
10-04-2016
En medio de uno de los momentos más preocupantes de la historia política brasileña reciente, hace pocos días se cumplieron 52 años del golpe civil-militar de 1964. Su actualidad no se resume en los gritos “no va a haber golpe” de los manifestantes contrarios al impeachment de Dilma Rousseff, ni tampoco a los extremistas que piden en las calles la vuelta de los militares.
Conducida por gran parte de la clase política y de los medios de comunicación, por los gobernadores de São Paulo, Rio de Janeiro y Minas Gerais, por la clase media conservadora, por las entidades de la sociedad civil, por el gobierno de los Estados Unidos y por la cúpula de las Fuerzas Armadas, tomada por la paranoia anticomunista de la Guerra Fría, la deposición de João Goulart resultó en 21 años de dictadura.
Muchos de los que entonces apoyaron el golpe y defendieron la utopía autoritaria de combate al comunismo y a la corrupción, eterna bandera, se arrepintieron.
Entre las lecciones del período, una se destaca: la interrupción de la continuidad democrática tuvo consecuencias imprevisibles, incluso para sus principales entusiastas. El liderazgo conservador de la Unión Democrática Nacional (UDN), de Carlos Lacerda precisó de cuatro planes conspiratorios para desplazar un gobierno de sesgo “trabalhista”. Tuvo al fin éxito al ser el brazo político del golpe de 1964. Entonces gobernador de Río de Janeiro, Lacerda empuñó una ametralladora INA, en el Palacio de Guanabara, utilizada en la época por el Ejército, para defenderse de un posible ataque de fusileros navales fieles a Goulart, lo que jamás ocurrió. Cuatro años después, el arma se volvería contra él.
Al imponer elecciones indirectas para presidente, a fines de 1965, los militares frustraron los planes de Lacerda de llegar al poder. Al año siguiente, el udenista constituyó con Goulart y Juscelino Kubitschek, también blanco de sus conspiraciones, un Frente Amplio contra la dictadura. En seguida, el dictado del Ato Institucional nº 5, el llamado “golpe dentro do golpe”, suspendió los derechos políticos de Lacerda por diez años. De protagonista de la conspiración, terminó como uno de los tantos exiliados políticos, víctimas de la escalada de la represión, a partir de 1968.
Entre 1950 y 1964, Lacerda había sido el representante máximo de la insatisfacción social, ante el éxito electoral de los candidatos del Partido Trabalhista Brasileño (PTB), creado por Getúlio Vargas luego del Estado Novo. Uno de los principales instrumentos de Lacerda para criticar a sus adversarios era el diario Tribuna da Imprensa, por él fundado en 1949.
La elección de Vargas -al año siguiente- transformó al diario Tribuna da Imprensa en la principal arma de Lacerda para atacarlo. La corrupción y el riesgo de una “república sindicalista” (peronismo) eran sus mayores objetivos de ataque.
El 2 de agosto de 1954, la Tribuna da Imprensa imprimió en su primera página: “Somos un pueblo honrado gobernado por ladrones”. La afirmación fue recordada recientemente por Celso de Mello, ministro del Supremo Tribunal Federal, al criticar la corrupción en el País, en medio de la decisión que negó el habeas-corpus a Fernando Baiano, apuntado como operador del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) en Lava Jato.
Tres días después de la publicación de ese titular, en Tribuna da Imprensa, Gregório Fortunato, jefe de la guardia presidencial del Palácio do Catete, armó una acción para intentar asesinar a Lacerda. El udenista Lacerda fue levemente herido, pero Rubens Vaz, mayor de la Aeronáutica que lo acompañaba, fue muerto. Con apoyo en las Fuerzas Armadas, el movimiento por la deposición de Vargas ganó enormes proporciones. El suicidio del presidente preservó, no obstante, el aliento de su legado trabalhista, heredado por Kubitschek y Goulart. “Los militares y la UDN precisaron de una década entera para, al fin, absorber el impacto provocado por su muerte y conquistar el poder por medio de las armas”, señala Lira Neto en el tercer volumen de la biografía Getúlio.
En medio de la conmoción por la muerte del Vargas, Kubitschek fue electo presidente al año siguiente por el PSD. Luego de la victoria, se desencadenó una campaña contra su asunción como presidente. Amenazada por una sublevación de los militares, la normalidad democrática fue preservada por el “legalista” mariscal Henrique Teixeira Lott, que intervino para garantizar la asunción del presidente electo.
Kubitschek, una vez en la presidencia, tuvo que lidiar, como su antecesor (Vargas), con la férrea oposición de los grandes medios de comunicación y de la UDN, en especial al fin de su mandato. Jânio Quadros, del Partido Trabalhista Nacional (PTN), fue elegido presidente en 1960 al centrarse en críticas a la corrupción del gobierno Kubitschek y al desorden financiero del País. La inflación, relacionada principalmente a la gran inversión pública en la construcción de Brasilia, llegó casi al 40% en 1959. Luego de la renuncia de Quadros lo sucedió Goulart.
Luego del golpe de 1964, Kubitschek fue perseguido por denuncias de corrupción. El 24 de junio de aquel año, fue acusado de ocultar la propiedad de un predio ubicado en la Avenida Vieira Souto, en Rio de Janeiro. El episodio guarda semejanzas con una de las actuales acusaciones contra el ex-presidente Lula: el edificio frente al mar estaba a nombre de una empresa controlada por el banquero Sebastião Paes de Almeida, amigo de Kubitschek.
Así como sus antecesores, Goulart sufrió acusaciones de corrupción y fue responsabilizado por la crisis económica. Según Luiz Antônio Dias, investigador del Departamento de Historia de la Pontifica Universidad Católica (PUC) de São Paulo, los medios de comunicación procuraron atribuirle el defecto o falla de mal administrador.
“Hay una caída del crecimiento del PIB en 1963, que concluyó en 0,5%, pero la desaceleración se dio a partir de una base alta, pues el País había crecido con Kubitschek a altas tasas”, argumenta. “Por su proximidad con los trabajadores, Goulart era visto como un presidente que incentivaba huelgas, algo capaz, según sus opositores, de intensificar aún más la inflación.” Dias relativiza, no obstante, la importancia de los grandes medios de comunicación en la campaña que desencadenó el golpe. “Los diarios hablaban para un público que ya no veía a Goulart con buenos ojos.”
El historiador Jorge Ferreira, autor de João Goulart: Uma biografia, recuerda que, aunque la primera página de los diarios el 31 de marzo y el 1º de abril de 1964 no dejaba dudas del apoyo de los medios al golpe, sólo dos diarios, O Estado de S. Paulo y Tribuna da Imprensa, se manifestaron en contra de la asunción de Goulart, luego de la renuncia de Quadros. “Con excepción de esos dos, toda la prensa brasileña apoyó su asunción como presidente: Última Hora, Jornal do Brasil, Correio da Manhã, Folha de S.Paulo y O Dia, entre otros. O Globo tuvo una posición dubitativa.”
Ferreira recuerda que muchos diarios defendieron el Plan Trienal del presidente, propuesto por Celso Furtado, entonces ministro de Planeamiento, para reanudar el crecimiento económico, estimular la distribución de la renta y consolidar al mercado interno.
Según Ferreira, la posición de los medios cambió en el segundo semestre de 1963. “Al fracaso del Plan Trienal y descontrol de la economía, se sumó la rebelión de los sargentos en Brasilia, en septiembre de 1963.”
El discurso contra la corrupción se volvió aún más recurrente. “Goulart, Juscelino y Brizola fueron acusados de todos los crímenes de corrupción imaginables. Goulart era acusado de haberse apropiado del 1% del territorio nacional durante su Presidencia, Juscelino (según sus opositores) se había convertido en el hombre más rico del mundo luego de la construcción de Brasilia.” La dictadura militar investigó la vida de todos y “nada extraño encontró”, comentó el historiador. “El objetivo de las oposiciones, durante la experiencia democrática anterior a 1964, no era tanto cohibir las prácticas de corrupción, sino calificar a los líderes trabalhistas de ‘corruptos’ y al PTB como el ‘partido de los carneros’.”
A pesar de la oposición de los grandes medios a partir de 1963, Goulart tuvo gran apoyo popular para aprobar las reformas agraria, urbana, política, tributaria, universitaria y de la salud, como muestran pesquisas realizadas por el Instituto Ibope pocos días antes del golpe.
Entre los más pobres, la popularidad de Goulart llegaba al 86%. Hasta las reformas anunciadas por el presidente el 13 de marzo de 1964, durante el Comício da Central, entre ellas la desapropiación de las refinerías de petróleo y de las propiedades rurales subutilizadas, era considerada de real interés del pueblo por el 55% de los paulistanos.
Aunque identificado con el trabalhismo, Goulart estaba lejos de ser un comunista. Al asumir el gobierno, en medio del sistema parlamentarista, procuró obtener mayoría en el Congreso y cerrar acuerdos y compromisos políticos para aprobar las reformas de base.
Cuando Goulart percibió que no podía aprobar las reformas por medio de pactos, decidió movilizar a los trabajadores, campesinos y estudiantes en reuniones públicas, huelgas y manifestaciones. Adornado con las banderas rojas del Partido Comunista de Luís Carlos Prestes, que pedían la aprobación de las reformas “por la ley o por la fuerza”, el Mitin o Reunión Central o de las Reformas (13-03-1964) fue la seña para los conservadores. A partir de ese momento para ellos no quedaban dudas: Jango Goulart no era Kerénski, representaba la “amenaza comunista”.
Seis días después, la Marcha de la Familia con Dios y por la Libertad, organizada en São Paulo, llevó cerca de 500 mil personas a las calles, según los diarios de la época. Era una demostración de que los golpistas contaban con amplia base social.
La revuelta de los marineros, liderada por el Cabo Anselmo, informante del Centro de Informaciones de la Marina, desencadenó una crisis militar, especialmente luego de que Goulart no aplicó puniciones a los rebeldes.
El Club Militar, grupo de altos oficiales de la Marina, denunciaron ese acto como un incentivo a la quiebra de la jerarquía en las Fuerzas Armadas. Sin derramar sangre, las tropas del general Olímpio Mourão Filho, quién fue un personaje fundamental para la implantación del Estado Novo de Vargas, marcharon desde Minas Gerais para Rio de Janeiro, donde se encontraron con el movimiento liderado por Lacerda.
La noche del 1º de abril, Goulart se dirigió para Porto Alegre y el presidente del Senado, Auro Moura Andrade, declaró vacante el cargo de Presidente. El dispositivo militar y sindical en defensa de la legalidad no reaccionó, con excepción de Brizola. El gobernador gaúcho intentó resistir, pero luego partió para el exilio al Uruguay, donde ya se encontraba Goulart.
Lincoln Gordon, entonces embajador de los Estados Unidos en Brasil, pidió a Washington apoyo logístico para el golpe de estado en marcha, en el caso de que hubiese resistencia. La Operación Brother Sam envió toneladas de armas y municiones, navíos petroleros, además de una escuadrilla de cazas, helicópteros, contratorpederos y un acorazado hacia Brasil. Sin la resistencia, el apoyo militar no fue utilizado.
El golpe tuvo apoyo de la Federación de las Industrias del Estado de São Paulo (FIESP) y de la Orden de los Abogados del Brasil (OAB), entidades que hoy piden el impeachment de Dilma. Papeles descubiertos en el archivo de la Escuela Superior de Guerra en 2014 sugieren que empresarios ligados a la FIESP se involucraron de forma intensa en los preparativos del golpe.
La convicción de que la deposición de un presidente sería una “revolución redentora” demostró ser una falacia. Cuatro años después del golpe, la dictadura pasó a suspender derechos políticos, anular mandatos de parlamentarios, perseguir estudiantes y organizaciones de izquierda y torturar opositores de forma sistemática.
En el plano económico, consiguió retomar el sendero del crecimiento, pero al costo de un ajuste salarial de los trabajadores. “Hubo una concentración de la renta total y un aumento enorme de la desigualdad social y de las condiciones de miseria”, afirma la historiadora de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG) Heloisa Starling, co-autora con Lilia Schwarcz de la obra Brasil: Uma biografia.
La irresponsabilidad de los gobernadores Lacerda, Magalhães Pinto y Adhemar de Barros, de diversos congresistas, de los grandes medios de comunicación, de la OAB y de la FIESP, al apoyar la intervención militar, sumergió al País en su momento más obscuro. En la actual fase de la política nativa, la historia del golpe de 1964 debe ser rememorada para que el País se concientice de los riesgos de remover una presidente electa a través de medios constitucionales de su cargo.
Después de tantas luchas y vidas perdidas, violar la soberanía del voto sin tener pruebas de la comisión del crimen de responsabilidad, por parte de la actual mandataria, sería certificar que el País poco aprendió de su experiencia más traumática.
*FRAGMENTO DE LA NOTA PUBLICADA EN: http://www.cartacapital.com.br/revista/895/1964-contem-importantes-licoes-para-o-conturbado-momento-politico
Traducción AmerSur