Entre la perplejidad y el desencanto, prosigue el espectáculo del cambio sin esperanza.
Publicado por Carta Capital 16-8-2017
Desde la transición democrática de mediados de los años 80, el pueblo brasileño contempla, entre perplejo y cada vez más desencantado, el espectáculo del cambio sin esperanza o, como decía un crítico de Adorno, “la realización de las esperanzas del pasado”.
Así los señores de la tierra conciben el progreso. Las elecciones directas posiblemente sucumbirán delante del Colegio Electoral. La nave de Ulises ha encallado en las playas del transformismo y los náufragos del régimen militar saltaron alegremente a bordo.
En la elección de 1989, el Cazador de Marajás (Collor de Mello) salió del casi anonimato para ser promovido como mercadería nueva, producida en los artificios de los marquetineros y expuesta en las vidrieras de los medios de comunicación, bajo los aplausos y la lluvia de dinero derramada por el patriciado nativo.
En 2017, los señores de la casa-grande y sus siervos apuestan a la reconstrucción de las esperanzas del pasado: hacen señas con candidaturas habilitadas a empujar, otra vez, al país hacia la modernidad de los marquetineros.
En ese barco navegan los cosmopolitas de las finanzas y de los negocios, una fracción mayoritaria de las clases medias – ilustrada, semi-ilustrada y deslustrada –, las viejas oligarquías regionales y la banda de canallas que siempre quieren enriquecerse sin esfuerzo.
La democracia de los patricios, observada desde una perspectiva realista es sombría, revela la enorme capacidad de sobrevivencia de los poderes de los dueños. Después del interregno de los tres mandatos comprometidos con programas de avance popular (Lula dos veces y Dilma), el pueblo brasileño asiste al eterno retorno de lo mismo: cambian las máscaras, pero no los rumbos, ni siquiera los pretextos.
Hay que admirar el refinamiento de los poderosos cuando manipulan el automatismo psíquico de los ciudadanos abandonados al ritmo de los medios de comunicación.
Las almas de los fabricantes vibran las cuerdas del atraso oligárquico en consonancia con la hiper-modernidad de la barbarie “internética”, que intoxica el ambiente social con la aglomeración de ignorancias.
Las conductas groseras revelan, sobre todo, la indigencia cultural y el desprecio absoluto por los valores del liberalismo político, lo que nos coloca en la parte posterior del proceso civilizador o, si quieren, en la vanguardia del movimiento de retorno a la edad de piedra. El Estado Democrático de Derecho no “es verosímil” en la Tierra de Santa Cruz (nombre dado al Brasil por los portugueses). Sus principios yacen inertes en los compendios.
Entre muertos y ahogados fluctúa impávida la estructura del poder real. Mandan y rectifican los mismos grupos de siempre, reforzados ahora por la presencia de los yuppies cosmopolitas de las finanzas globalizada.
La gran innovación de los tiempos, además de internet y el celular, es la puerta giratoria entre las mesas de operación de las instituciones financieras y las burocracias económicas ejecutoras de los proyectos y programas de la “privatización pirata”.
En ese bloque hegemónico no faltan los empleados de los medios de comunicación, infatigables en presentar a esos compañeros de trayecto como portadores de un saber superior, o único capaz de asegurar, a los ojos de los mercados financieros, la credibilidad de la política económica.
Más que eso, las normas del mercado pasaron a dictar las reglas de la vida política. En el Brasil de hoy, esa lógica fatal viene contaminando las instancias decisivas del poder estatal. El sistema partidario y el financiamiento de las campañas electorales parecen engendrados con el propósito de transformar al Congreso en un mercado o mostrador, donde los gritos de “compro” y “vendo” tornan ridícula a la hipocresía de los discursos moralistas de los plenarios.
Para no colocar en riesgo el poder de los dueños, Temer y su círculo sacarán de la pistolera el arma con la bala de plata del parlamentarismo.
Con esa artimaña de violación de la soberanía popular, imaginan crear las condiciones políticas para amainar las angustias de la sociedad y acondicionar la economía. Tullida en la silla de ruedas del desajuste fiscal y en la camisa de once varas de las reformas anacrónicas, la economía brasileña avanza indómita hacia el pasado.
Temer, el ilegítimo, debería detentar la cabecera de La Odisea. Se recomienda releerla diariamente, especialmente el pasaje en que Ulises, advertido por Circe, tapa los oídos de la tripulación y se amarra al mástil del navío para resistir al canto de las sirenas.
En estos tiempos del “regresismo nacional”, las sirenas van a continuar entonando el canto mortal que celebra las excelencias de la desigualdad gestada en los salones fétidos de la casa-grande.
No se debe suponer que los sucesivos desastres y daños institucionales producidos por las transgresiones del impeachment sean capaces de conmover a las legendarias criaturas. Como las sirenas de Homero, ellas anuncian maravillas y promueven desgracias. La palabra de orden para los navegantes de la periferia es avanzar en las “reformas” y, si es necesario, difundir el terror entre los que resisten.
En el libro “La Dialéctica del Iluminismo”, escrito con Horkheimer, Adorno recorre los caminos que llevaron al proyecto de las Luces a precipitarse en los brazos del mito. La recaída del esclarecimiento en la mitología, dice él, no debe ser buscada tanto en las ideologías nacionalistas, paganas y en otras mitologías modernas, sino en el propio Iluminismo paralizado por el temor a la verdad.
“Paralizado por el temor a la verdad”, el equipo económico de los sueños del mercado permanece acosado entre la mitología de la austeridad expansionista y los manuales de instrucción de las modistas o de sastres especializados en ajustar ropas o trajes.
Siervos de abstracciones tan ridículas cuanto perniciosas para la masa desempleada, los personajes oníricos se entregan al trabajo de correr detrás de los malos resultados con promesas disparatadas.
Con tales expedientes ridículos, los sabios de las finanzas tratan de ocultar la opresión impuesta a las mujeres y hombres que se levantan a la madrugada para trabajar en las ciudades y en los campos del Brasil. En tanto persiguen la descalificación mezquina e indigente de los criterios de la política democrática, presentan como inexorable la agenda de los mercados.
El arbitrio, la ventaja, el secreto, la oscuridad y el nepotismo eran los demonios que los valores de la República restaurada pretendían exorcizar. Pues los demonios de la selva de la Patria Amada están ahí, libres y joviales, burlándose sobre nuestras increíbles esperanzas.
Traducción AmerSur