Golpe a Dilma y el realineamento neoliberal en  América Latina

Foto: Agência Brasil Fotografias https://www.flickr.com/photos/fotosagenciabrasil/

El golpe a Dilma significa el retorno del neoliberalismo a un país, cuya economía explica alrededor del 50% del PBI sudamericano; el debilitamiento o disolución del MERCOSUR, de la UNASUR y la CELAC; y la subordinación de casi toda la región a los intereses de  EUA.


 

Por Pedro P. Bocca* / Grupo de Reflexão sobre Relações Internacionais

Carta Capital 13-04-2016

 

Los países latinoamericanos juntos poseen más fuerza y condición de negociación, pero separados quedan a merced de los intereses de los más poderosos

 

El proceso político a la presidenta Dilma Rousseff, próximo a ser votado, no se trata de un hecho aislado de la coyuntura nacional. El fondo de la disputa política de los últimos meses en nuestro país es un proceso continental de realineamiento neoliberal, en el que Brasil representa la más urgente e importante batalla.

El ciclo progresista que venció en la mayor parte de las elecciones presidenciales latino-americanas en los últimos 15 años, en reacción al desmantelamiento de los Estados bajo la égida del Consenso de Washington, llega a un momento de agotamiento no sólo por los efectos del reflujo de la Crisis del 2008, sino gracias a una nueva ofensiva de las fracciones de clase que aún sustentan al proyecto neoliberal en nuestro continente.

Este nuevo momento, que tiene como telón de fondo la polarización política y el crecimiento de movimientos conservadores organizados, tiende no sólo a recuperar la hegemonía política interna, sino a reavivar una política externa subordinada y alineada con los intereses de las potencias capitalistas.

En este sentido, la elección de Mauricio Macri en la Argentina,  la intensificación de la presión al gobierno Nicolás Maduro en Venezuela y la disputa en torno del impeachment de Dilma Rousseff no puede desconectarse de un plan más amplio: el debilitamiento o la disolución de los actuales mecanismos de integración regional, frutos del ciclo progresista y que reposicionaron a América Latina en el tablero político y económico mundial bajo el  liderazgo de estos tres países.

 

El destino de instituciones como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), fundamentales para la consolidación de la autonomía latinoamericana en el escenario regional e internacional, depende fundamentalmente del capital político de los liderazgos regionales para seguir confrontando la agenda estadounidense para la región, substituyendo paulatinamente a la Organización de los Estados Americanos (OEA) por nuevos espacios de decisión y articulación política. Importantes victorias del campo progresista en este espacio serán puestas en jaque en este nuevo alineamiento económico e ideológico del continente.

Las acciones más profundas, no obstante, se darán en el campo económico (que de ninguna manera deja de ser ideológico y político, obviamente). El fortalecimiento del Mercado Común del Sur (MERCOSUR), operado en los últimos años, a partir de políticas “neodesarrollistas” y de empoderamiento local, es el principal obstáculo o resistencia a las políticas neoliberales en el continente – y la campaña de enfrentamiento al bloque protagonizada por la derecha brasileña durante (y después de) las elecciones de 2014, no deja dudas a este respecto.

La solución neoliberal para la crisis sigue el “modelo chileno”, de proliferación de tratados de libre-comercio puntuales, en especial con los países centrales de la economía capitalista, creando una compleja red de supuestas ventajas comerciales que minan el desarrollo de la América Latina en cuanto región.

El MERCOSUR es un profundo obstáculo a este tipo de política justamente porque garante a los países del bloque mejores condiciones de negociación, sea en acuerdos puntuales, sea en las ruedas de negociaciones multilaterales en el ámbito de la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Si juntos poseen más fuerza y capacidad de negociación y regateo, separados los países latino-americanos – fundamentalmente economías dependientes y todavía muy frágiles – quedan a merced de los intereses de los más poderosos, en relaciones desbalanceadas y con profundos efectos a largo plazo.

En este escenario, Brasil, más que nunca,  se torna una pieza central en el juego político-económico regional. Si no fuese suficiente recordar que Brasil ha sido el principal responsable por el éxito de estas iniciativas, en cuanto liderazgo político y económico de la región, así como también el enlace o conexión entre la integración latinoamericana, sus relaciones para más allá del continente y el fortalecimiento de las relaciones Sur-Sur.

Fue a través del papel brasileño en los últimos años, por ejemplo, que se tornó posible la alianza entre los países latinoamericanos y el grupo Brasil. Rusia, India, China, Sudáfrica (BRICS), cuyo principal logro fue la creación del Acuerdo de Reservas de Contingencia y el Banco de Desarrollo del BRICS-fondo especial CELAC.

El objetivo de estas instituciones es el financiamiento de programas de infraestructura y desarrollo en la región, como alternativa al financiamiento predatorio realizado por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. En un momento de disputa político-económica mundial, el aumento de la influencia china y rusa en la América Latina es una profunda amenaza a los intereses de los Estados Unidos y sus aliados en la región, y Brasil es el elemento fundamental de esta balanza.

También están en disputa los recursos naturales, en especial el petróleo, cuestión fundamental en el actual escenario internacional. El proyecto de entrega de Pré-Sal, formulado por José Serra (autoproclamado articulador de un gobierno post-Dilma) ya en tramitación en la institucionalidad brasileña es la punta del iceberg de un proceso de saqueo de recursos, internacionalmente coordinado.

No por coincidencia, Brasil y Venezuela poseen dos de las principales reservas de petróleo del mundo, y la Petrobrás es el punto nodal del ataque al gobierno Dilma Rousseff, a través del llamado “petrolão”.

Así, la sustitución del actual gobierno brasileño por una composición más simpática a este reordenamiento neoliberal cumple un papel complejo – al mismo tiempo que promueve un “cambio conservador” en el plano interno-, dinamita la construcción de alternativas independientes en el plano externo, causando un retroceso histórico en nuestro continente.

Aunque el gobierno Dilma Rousseff, y en especial su política externa, merecen buena parte de las críticas recibidas, es innegable el papel que Brasil asume en este confuso contexto regional e internacional.

La comprensión de estos factores es fundamental para el completo entendimiento del momento político de nuestro País.

Aunque buena parte de la prensa y analistas apuntan a que el proceso de impeachment es oriundo de una crisis económica, del cuestionamiento de la efectividad de la gestión de la maquinaria pública del aparato estatal y del conflicto entre “petralhas (individuo conservador de clase media alta) e coxinhas (militante vinculado al PT de Lula)”. Este golpe a la “paraguaya” muestra que es un ataque a un proyecto de desarrollo nacional y regional y la disputa de valores e ideas que apuntan a un retroceso desastroso para los pueblos de nuestro continente.

Más que la defensa de un gobierno, la resistencia en este momento se hace necesaria en defensa de la democracia y la soberanía de los Estados latinoamericanos.

*Pedro P. Bocca es integrante del Grupo de Reflexão sobre Relações Internacionais/GR-RI.

Traducción: AmerSur

Integración regional