La tierra se estremece en el Mercosur


Con el riesgo de vacancia de su presidencia en medio de las polémicas sobre Venezuela, el bloque enfrenta la mayor crisis desde su creación en 1991.


Por Celso Amorim

Carta Capital 01/08/2016

El Mercosur pasa por la mayor crisis desde su creación, en 1991. El aspecto más inmediato es el riesgo de vacancia de la presidencia, una vez acabado el período en que el Uruguay estuvo al frente del bloque.

Correctamente, Montevideo declaró cerrado su papel en la coordinación, al completarse el semestre que le correspondía. Su ministro de Exterior, el ex-vice-presidente Nin Novoa, declaró que “no veía impedimento” a que a Venezuela asumiese el comando.

De acuerdo con los documentos constitutivos del Mercosur, especialmente el Protocolo de Ouro Preto, cuyo dispositivo a ese respecto (artículo 5) ganó, además, la fuerza de la tradición, la transferencia ocurre por orden alfabética. Así es y así debe seguir siendo.

Los otros miembros del bloque, sobre todo Brasil y Paraguay, no aceptan, todavía, ver a Caracas en la presidencia. En el caso del Paraguay, además del elemento ideológico, pesa el resentimiento derivado del hecho de la adhesión de Venezuela, que venía siendo postergada por la no ratificación por el Parlamento en Asunción, fue concretada en un momento en que el gobierno paraguayo estaba con su participación suspendida, en virtud del golpe parlamentario que derribó al presidente Fernando Lugo.

El substrato de la posición paraguaya, entre tanto, consiste en el hecho de que Venezuela no sería un país plenamente democrático. Preocupaciones semejantes fueron verbalizadas por el presidente Mauricio Macri, de la Argentina, sobre todo al inicio de su mandato.

Desde entonces, la oposición de Buenos Aires al gobierno de Nicolás Maduro parece haber sido algo suavizada, pero esa puede ser una falsa impresión, derivada de la candidatura de la canciller Susana Malcorra al puesto de secretaria general de la ONU.

Y el Brasil? La explicación para nuestro “veto” al traslado de la presidencia a Venezuela ha  oscilado. Aunque existan críticas a la naturaleza del régimen de Nicolás Maduro y a la situación interna del país, Brasilia, inclusive por la voz del presidente interino, ha insistido más en la alegada falta de cumplimiento por parte de Caracas con relación a las obligaciones contraídas en ocasión del ingreso al bloque.

Formalismos aparte, la ojeriza ideológica por el chavismo o bolivarianismo (este, a veces, atribuido, de forma absurda, a los gobiernos Lula y Dilma) parece ser el factor dominante.

La situación en Venezuela es objeto de preocupación legítima para toda la América del Sur. Se aplica ahí, al lado del principio de la no intervención, la norma de comportamiento que, cuando fui ministro de las Relaciones Exteriores entre 2003 y 2010, califiqué como “no indiferencia”.

El caos económico que vive aquella nación hermana, combinado con la divergencia política extremada, en la cual los dos lados tienen su parcela de responsabilidad, tiene el potencial de llevar al país a un conflicto de extrema gravedad.

Es natural que otros países – sobre todo los vecinos, socios de Venezuela en el Mercosur y/o en la UNASUR – busquen ayudar a los venezolanos a superar la crisis actual. Además, esto es lo que la UNASUR está haciendo con propuestas económicas osadas, con el apoyo de economistas renombrados. En caso de adoptarse dichas propuestas, ellas podrían ayudar a mitigar los efectos más graves de la crisis.

En el plano político, igualmente, la UNASUR, por medio de su secretario-general, el ex-presidente colombiano Ernesto Samper ha movilizado ex-jefes de gobierno, como José Luis Zapatero, de España y Leonel Fernández, de República Dominicana. La Santa Sede también podría, con su autoridad moral, contribuir para el diálogo, y – siendo algo optimista –, en el más largo plazo, a algún grado de reconciliación nacional.

Al final, hasta los Estados Unidos y Cuba restablecieron relaciones, después de décadas de antagonismo y un fracasado bloqueo. El gobierno colombiano, comandado por el ex-ministro de Defensa Juan Manuel Santos, y las Farc llegaron a un entendimiento sobre la pacificación. Porque entonces desesperar, por más difícil que sea la tarea, de un encaminamiento pacífico para la situación venezolana?

Por lo tanto, a mi modo de ver, será necesario encontrar un denominador común no sólo para las cuestiones estrictamente políticas, sino también garantizar que los avances sociales sean mantenidos. La Venezuela, antes de Chávez, no era un modelo de equidad y buena distribución de la riqueza.

A diferencia de  2002-2003, la situación interna del Brasil no favorece que tengamos un papel central en la búsqueda de ese diálogo. Pero podemos evitar acciones que agraven la crisis o lleven al aislamiento del gobierno, aparentemente sólidamente anclado en su base militar, además de su razonable popularidad, que sólo contribuiría a la radicalización de las posiciones.

Un poco de buen sentido y ausencia de arrogantes condenatorios, que tienden a satisfacer a una parte de la opinión pública (u “opinión publicada”), ya serían una ayuda. En ese contexto, privar a Venezuela de la presidencia del Mercosur en nada contribuiría para mejorar la situación en el país vecino. La psicología del “cerco” nunca produjo buenos resultados.

Eso no quiere decir que no sea legítimo presionar, por medios diplomáticos normales – como ocurre en tantas otras faltas de “cumplimientos” en el Mercosur – para que Caracas gradualmente vaya cumpliendo con sus obligaciones junto al bloque.

A menos que el objetivo sea otro: el de contribuir a una desestabilización mayor de Venezuela, sin considerar las terribles consecuencias que eso acarrearía.

De la fractura, el Mercosur saldría debilitado, corriendo el riesgo de romper desde adentro a la mayor empresa de integración (no confundir con las meras áreas de libre comercio) del mundo en desarrollo.

Traducción AmerSur

 

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