Preparado para ser desterrado de casi todas las economías, la doctrina neoliberal procura exilio en cierto país tropical
Por Luiz Gonzaga Belluzzo– Gabriel Galípolo.
Publicado en Carta Capital 09-06-2016
La desaceleración china es sólo uno de los síntomas del ronquido moribundo del esquema instituido en los últimos 40 anos
El nacionalismo xenófobo de Donald Trump en los Estados Unidos; el referendo sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea; la tensión entre Alemania y la política monetaria del señor Mario Draghi en la Zona del Euro; el Japón muy próximo a la recesión y la desaceleración china son síntomas de los malestares y estertores que atacan al esquema geoeconómico erigido en los últimos 40 años.
Desde el fin de los años 1970, la reestructuración del capitalismo, ahora en riesgo, involucró cambios profundos en el modo de operación de las empresas, en la integración de los mercados y, sobre todo, en las relaciones entre el poder de las finanzas y la soberanía del Estado.
El verdadero sentido de la globalización es la intensificación de la competencia entre empresas, trabajadores y naciones, inserta en una estructura financiera global monetariamente jerarquizada, comandada por el poder del dólar.
Bajo los auspicios del capital financiero y de un sistema monetario internacional claudicante, ocurrió una brutal centralización del control de las decisiones de producción, localización y utilización de los lucros en un núcleo reducido de grandes empresas e instituciones financieras a escala mundial. La centralización del control impulsó y también fue impulsada por la fragmentación espacial de la producción.
La convergencia entre la centralización del control por las finanzas, la fragmentación espacial de la producción y la centralización del capital financiero alteró profundamente la estrategia de la gran empresa.
Hasta los años 1960 del siglo XX, la Revolución de los Gerentes estaba comprometida con la obsesión por el crecimiento de la gran empresa en el largo plazo. Dotada de una estructura burocrática jerarquizada, la gran corporación abrigaba con seguridad a los blue collars en el terreno de la fábrica y, en los escritorios, colocaba a la clase media white collar en buenos empleos y con saludables remuneraciones.
En aquellos tiempos, de cada 12 dólares gastados en la compra de máquinas o la construcción de nuevas fábricas, sólo 1 dólar era usado para el pago de los dividendos a los accionistas. En las décadas siguientes, la proporción comenzó a invertirse: más dividendos a los accionistas y menos inversión en las fábricas y en la contratación de trabajadores.
La asociación de intereses entre los gestores y los accionistas, estimuló la compra de las acciones de las propias empresas con el propósito de valorizarlas y favorecer la distribución de dividendos. A eso se añaden la fiebre de las fusiones y adquisiciones, el planeamiento tributario en los paraísos fiscales, la urgencia de las demostraciones trimestrales de resultados y las aflicciones de las tesorerías de empresas y bancos, azotadas con el guante de la vigilancia del mercado.
La migración de las empresas para las regiones donde prevalecen relaciones más favorables entre productividad, tipo de cambio y salarios desató el “arbitraje” con los costos salariales y estimuló la flexibilización de las relaciones de trabajo, en verdad la descalificación y eliminación de trabajadores impuestas por el avance de las tecnologías de la información y de la automación en la industria y en los servicios. La evolución del régimen de “precariato” constituyó relaciones laborales que se desenvuelven bajo las prácticas de la flexibilidad de horario.
La flexibilización de las relaciones laborales no sólo subordinó el crecimiento del ingreso de las familias al aumento de las horas trabajadas, sino que asoció definitivamente los gastos de consumo al endeudamiento.
El circuito de formación del ingreso en la economía como un todo comienza a fallar. El desempleo y la caída de los ingresos de los trabajadores reducen el gasto de las empresas en el pago de salarios y desestimulan la adquisición de medios de producción fabricados por otras empresas.
En su libro The Road To Recovery, el economista Andrew Smithers demuestra que, en el período de 1981 a 2009, la inversión de las empresas privadas -calculado sobre el PIB- cayó 3 puntos porcentuales en las economías desarrolladas. La inversión dejó de presentar el comportamiento cíclico de otros tiempos, en que la cantidad gastada para adquirir o mejorar los activos productivos, acompañaba a las fluctuaciones de la economía.
Así, la gran empresa contemporánea mueve a la economía capitalista hacia la concentración de la riqueza y del ingreso. Enredada en las trampas de la acumulación financiera y ensartada en el pantano de la liquidez del corto plazo, empuja a la economía global al estancamiento secular, fracasando con gran escándalo en su capacidad de generar empleos. Se produce un corto-circuito en las cadenas de generación y apropiación de valor.
Las evidencias indican que la dinámica de la economía mundial apunta hacia cambios estructurales que descubren una nueva fase, edificada entre tropelías y contradicciones. El crujir de los dientes llevó al FMI a cuestionar, este mes, a las ideas y principios del neoliberalismo económico.
El artículo “Neoliberalism: Oversold?” aborda específicamente los efectos de dos políticas inscritas en la agenda de la globalización neoliberal, la remoción de las restricciones al movimiento de capitales (liberalización de las cuentas de capital) y la consolidación fiscal (“austeridad” para reducir déficits fiscales y el nivel de la deuda).
El estudio afirma que algunos flujos de capitales, como la inversión extranjera directa, parecen impulsar el crecimiento en el largo plazo, pero el impacto de las inversiones de portfolio y, especialmente, los capitales que se aplican con criterio especulativo de corto plazo no estimula el crecimiento y mucho menos garantiza un financiamiento estable del balance de pagos.
La ocurrencia, desde 1980, de aproximadamente 150 convulsiones con los movimientos de capitales en más de 50 mercados emergentes prueba la reivindicación del economista de Harvard Dani Rodrik de que esos “difícilmente son efectos o defectos secundarios en los flujos de capital internacional, ellos son la historia principal”.
Según el estudio, las políticas de austeridad no sólo generan sustanciales costos al bienestar por los canales de la oferta, sino que deprimen la demanda y el empleo. La noción de que la consolidación del presupuesto puede ser expansionista (esto es, aumenta el crecimiento y el empleo), por elevar la confianza del sector privado y la inversión, no se confirmó en la práctica.
Episodios de consolidación fiscal (no gastar más de lo que ingresa) fueron seguidos por reducciones antes que por expansiones en el crecimiento. En la media, la consolidación de 1% del PIB eleva la tasa de desempleo en 0,6% en el largo plazo, y el Coeficiente de Gini (concentración del ingreso) en 1,5% dentro de cinco años. El estudio concluye que los beneficios de las políticas de la agenda neoliberal aparentemente fueron un poco exagerados.
A la espera de días mejores y preparados a ser desterrado de casi todas las economías del globo, el neoliberalismo intenta exiliarse en un país tropical con vista al Atlántico.
Traducción Amersur