La Federación de Industriales del estado de San Pablo (FIESP) y la política externa de José Serra

Foto: FIESP https://www.flickr.com/photos/fiesp/with/27807649756/

Desde 2013, la gran burguesía interna brasileña volvió a apoyar una política externa de subordinación pasiva al imperialismo.


Por Tatiana Berringer*

Grupo de Reflexões em Relações Internacionais

Publicado en Carta Capital 23-06-2016

La política externa fue un instrumento importante de los programas de gobierno del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y del Partido de los Trabajadores (PT). La actuación internacional del Estado brasileño, en conjunto con las demás políticas (económica y social), fue determinada por los intereses de las fracciones de clase hegemónicas en el bloque de poder, que dirigen dos frentes políticos distintos: el neoliberal y la neodesarrollista.

El primero es dirigido por la burguesía compradora, fracción de clase subordinada al capital externo, que reproduce de manera pasiva los intereses imperialistas en el interior de la formación social brasileña.

El segundo frente es dirigido por la gran burguesía interna brasileña, fracción dependiente del capital externo, pero que, al mismo tiempo, compite con él y, por eso, necesita de la intervención estatal para garantizar su sobrevivencia.

Durante los gobiernos PT la posición política del Estado brasileño transitó desde una subordinación pasiva al imperialismo hacia una posición de subordinación conflictiva, dada la ascensión de la gran burguesía interna en el interior del bloque en el poder. Esa alteración tuvo fuerte impacto geopolítico, contribuyendo al fortalecimiento del ciclo de gobiernos progresistas en América del Sur, para a cooperación con los BRICS y la creación del Banco de Desarrollo de ese agrupamiento.

Desde el final de los años 1980, cuando el País vivía una grave crisis económica, apremiado por la necesidad y urgencia de renegociar la deuda externa, por la presión de los Estados Unidos para la apertura económica, por la privatización de los servicios públicos y el acceso a las compras gubernamentales. Todo eso produjo efectos sobre la burguesía industrial que pasó, después de las retaliaciones a sus exportaciones, a adherir a la agenda neoliberal, aunque con una posición moderada en lo que respecta a la apertura comercial.

A esta fracción de la clase dominante brasileña le interesaba la reducción de las cargas sociales y de los tributos, por eso, adhirió a la falsa idea de que las políticas de industrialización por sustitución de importaciones estarían caducas, y que la estrategia para la recuperación de la capacidad industrial brasileña debería ser la “integración competitiva” a la llamada globalización neoliberal. Esa estrategia se resume a la agenda de la reducción del “Costo Brasil”, defendida por las entidades patronales como la FIESP y la Confederación Nacional de la Industria (CNI). Como la historia demostró, la ofensiva contra los derechos laborales y la reducción de las políticas sociales, así como las privatizaciones y la apertura comercial, en vez de dinamizar a la economía brasileña, profundizaron la dependencia y la vulnerabilidad externa del país.

Por eso, al final de los años 1990, la gran burguesía interna brasileña, compuesta por la industria manufacturera, las grandes constructoras nacionales, empresas estatales y el agronegocio, teniendo a la vista las negociaciones del Área de Libre Comercio (ALCA) y los resultados negativos de la implantación del neoliberalismo en Brasil, comenzó a aglutinarse. Fue entonces  que reivindicó una apertura comercial negociada (en detrimento de la apertura comercial unilateral que venía siendo adoptada), la preferencia en las compras gubernamentales, la conquista de nuevos mercados para la exportación de sus productos y la garantía del acceso a territorios para la instalación de sus empresas.

Así, durante los gobiernos Lula y Dilma, el Estado brasileño se aproximó a muchos Estados dependientes, garantizando el fortalecimiento de la integración regional, el multilateralismo y el conflicto puntual con el imperialismo.

Esa política garantizó enormes beneficios económicos y obtuvo el apoyo de la gran burguesía interna brasileña. Pero, desde 2013 esa postura cambió. Ahora la FIESP parece dar la bienvenida a la política externa del ministro de Relaciones Exteriores José Serra y del gobierno golpista: una política que restablece la subordinación pasiva al imperialismo.

Que fue lo que produjo este cambio de postura en la FIESP?  Qué hechos la llevaron a incorporarse al frente político neoliberal y conservador que dirige el golpe de Estado en Brasil?

En primer lugar es preciso destacar que la ofensiva del imperialismo y del frente neoliberal, ejerció un importante papel para que esa fracción se separe y para que -al menos una parte de ella- se haya aliado a los sectores que sostienen el distanciamiento respecto del gobierno electo en 2014. Asimismo el hecho de que una parcela de la fracción empresarial que apoyaba al gobierno Lula-Dilma  fue presa por la Operación Lava Jato.

En segundo lugar, creemos que cuatro elementos fueron fundamentales para que la FIESP y otras entidades patronales pasaran a oponerse al gobierno del PT, adhiriendo al golpismo, y acusando a la política externa de ideologización y aislamiento.

Son ellos: la diminución del PIB a partir de 2012, fruto del impacto de la crisis económica internacional y de la decisión del gobierno chino de reducir el crecimiento; la crisis económica en la Argentina, cuyo gobierno impuso barreras comerciales que impactaron negativamente sobre las exportaciones brasileñas; el golpe de Estado en Paraguay y la decisión de suspender a ese Estado en el MERCOSUR y la aprobación de la entrada de Venezuela; el avance en las negociaciones de los mega-acuerdos internacionales (Acuerdos de Asociación Transpacífica, Acuerdo Transatlántico y el Acuerdo de Comercio y Servicios); y  la nueva ronda de negociaciones del acuerdo entre el MERCOSUR y la Unión Europea a partir de 2010.

La diminución del PIB y los conflictos comerciales con la Argentina revelan que la relación de esa fracción con los gobiernos PT es ideológicamente frágil y condicionada a los beneficios económicos inmediatos. La gran burguesía interna, ante la reducción de los lucros, revé fácilmente su apoyo a esos gobiernos y a la política externa de carácter progresista.

Además, la entrada de Venezuela al MERCOSUR es vista por la FIESP y la CNI como una amenaza a la agenda externa, dado el anti-imperialismo de los gobiernos Chávez y Maduro. Esa fracción, dada su dependencia financiera y tecnológica en relación al imperialismo, no acepta una confrontación más abierta con los Estados Unidos y la Unión Europea y también es refractaria a las políticas de distribución de la renta.

En otras palabras, ella no es una burguesía nacional que podría -en alianza con las clases populares asumir una lucha anti-imperialista. Al contrario, en los momentos de crisis política como en 1954, 1964 y ahora, ella se alía a la burguesía compradora y al imperialismo contra las clases populares.

Esa fracción parece pensar que sería escandaloso que el País pueda quedar aislado de los mega-acuerdos internacionales y el MERCOSUR contribuiría a eso. La situación se parece a la del inicio de los años 1990 cuando dicha fracción adhirió al programa neoliberal, sobre todo cuando la FIESP presentaba la defensa de que el Brasil debería apostar a una “integración competitiva” a las llamadas cadenas globales de valor.

La entidad niega la historia reciente y las razones del desarrollo desigual y la dependencia asimétrica entre las naciones. Además no tiene compromiso estratégico con la integración regional económica, productiva, política y social y con los BRICS, en tanto agrupamiento capaz de traer un nuevo equilibrio de poder en el sistema internacional.

*Tatiana Berringer es Profesora de Relaciones Internacionales de la UFABC, miembro del GR-RI y autora del libro A burguesia brasileira e a política externa nos governos FHC e Lula. Editora Appris, 2015.

Traducción Amersur

 

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