Por José Luís Fiori*
Publicado en Carta Maior el 10/08/2014
No existe poder financiero que no esté referido a alguna moneda nacional y que no esté sometido al poder del Estado emisor de esta moneda.
La decisión norteamericana de romper con el acuerdo de Bretton Woods y de desregular sus mercados financieros, tomada en la década del 70´, junto con Inglaterra, provocó un efecto en cadena, en los demás mercados del mundo capitalista, desencadenando un intenso proceso de liberalización y globalización financiera y una enorme concentración de la riqueza líquida mundial, en manos de los bancos e instituciones afines. Este proceso de “financiarización” de la riqueza capitalista se repitió en todos los niveles y en todos los mercados nacionales, promoviendo una fuerte convergencia de los intereses de las finanzas en todo mundo. Pero esta convergencia no homogeneizó el poder de los bancos y de los mercados, ni mudó la naturaleza jerárquica y competitiva del sistema monetario y financiero internacional.
Los bancos centrales y las grandes instituciones financieras privadas que lideran este proceso y que detentan un poder real de coerción sobre la política económica de los Estados nacionales tienen nombre y sobrenombre anglo-sajón, tienen su riqueza nominada – en última instancia – en la moneda emitida por sus dos Estados nacionales, o sea, la Libra y el Dólar. El crecimiento acelerado y aparentemente anónimo de estos bancos y de estos mercados financieros obscurece muchas veces el hecho de que:
1. no existe poder financiero que no esté conectado a alguna moneda nacional, y que no esté sometido en última instancia al poder del Estado emisor de esta moneda;
2. no existen monedas, bancos o mercados globales, lo que existen son monedas y bancos nacionales con poder de circulación y arbitraje supranacional;
3. estas monedas de referencia regional o internacional nunca fueron sólo una elección del mercado, siempre involucraron una prolongada lucha y competición entre los Estados y sus monedas nacionales, por la conquista y dominación de territorios económicos supranacionales cada vez más amplios;
4. es parte del poder de los bancos, agencias e instituciones financieras asociadas a las monedas vencedoras, imponer a los Estados y monedas, menos poderosos, las reglas y conductas compatibles con el aumento de su propio poder. Así pueden transferir los costos de sus ajustes internos para su periferia monetario-financiera.
Por razones diferentes, varios autores liberales y marxistas acostumbran subrayar la gran autonomía contemporánea del capital financiero y su capacidad de someter a los Estados nacionales y a sus políticas económicas. Como si existiese un “capital financiero en general” y también existiese una relación idéntica y homogénea entre este capital y los Estados nacionales “en general”. Cuando, en verdad, se trata de una relación diferenciada y jerarquizada, como siempre fue, a través de toda la historia, del sistema de las finanzas y la economía capitalista. Una historia que comenzó al giro del siglo XIV, con el poder de los “príncipes” de imponer a sus súbditos el valor de los tributos a ser pagados y el valor de la moneda con que deberían pagarlos. Esto también servía como referencia para todas las demás monedas y títulos utilizados en los mercados que comenzaron a expandirse en esta época, a la sombra de las conquistas territoriales de los “príncipes” que acuñaban las monedas. Esta relación inicial entre tributos, monedas e intercambios, se intensificó con la expansión de las guerras y la necesidad de los príncipes de recurrir al endeudamiento, junto a sus comerciantes-banqueros, en un mercado cada vez más extenso de títulos y monedas donde nace el primer embrión del capital financiero, el “señoriaje” de las monedas y de los títulos de los poderes ganadores.
Esta historia dio un paso gigantesco y un salto cualitativo, en los siglos XVII y XVIII, con la consolidación del poder de los primeros Estados nacionales europeos y con la “revolución financiera” provocada por la administración y negociación de sus “deudas de guerra”, que están en el origen del capital financiero moderno y del propio capitalismo europeo. Esta revolución comenzó en Holanda, en el siglo XVII y se completó en Inglaterra, en el siglo XVIII. Los dos países centralizaron sus sistemas de tributación y crearon bancos públicos responsables por la administración conjunta, de la deuda soberana, en la forma de bonos de Estado, y de la deuda privada, en la forma de letras de cambio, que se transformaron en la base de un sistema de crédito cada vez más elástico, creativo y diversificado, pero siempre referido, en última instancia, a la moneda de cuenta nacional. No hay duda que la fusión entre esta nueva finanza holandesa e inglesa, a partir de 1689, tuvo un papel decisivo en el fortalecimiento y victoria colonial de Inglaterra, y en la proyección internacional de la moneda inglesa, la Libra, que fue hegemónica en todo el mundo hasta su “casi-fusión’ con el Dólar norteamericano, durante el siglo XX. En una especie de sucesión “hereditaria”, que partió de Holanda e Inglaterra, y se prolongó a los Estados Unidos, manteniendo la supremacía monetario-financiera anglo-sajona, incuestionable durante los cuatro siglos de historia de este capitalismo moderno.
Resumiendo: dentro del sistema interestatal capitalista sólo existieron hasta hoy, de hecho, dos monedas de referencia global: la Libra y el Dólar – una vez que el Florín, la moneda holandesa, jamás tuvo la dimensión de una moneda de circulación internacional – y las dos tuvieron y siguen teniendo un papel decisivo en la construcción y reproducción del poder global y asociado de las dos grandes potencias anglo-sajonas. Pero ninguna de las dos – ni la Libra ni el Dólar – se transformó en moneda de referencia de la noche para el día. Por el contrario, la Libra sólo se generalizó como una moneda de referencia dentro y fuera de Europa, a partir de 1870, casi dos siglos después del inicio de la escalada de poder de Inglaterra dentro y fuera de Europa. El Dólar sólo se transformó en una moneda de referencia internacional después de la II Guerra Mundial, más de un siglo después del inicio de la escalada internacional del poder norteamericano.
Durante el período en que estas dos “monedas internacionales” tuvieron una base ficticia de referencia metálica, la Libra y el Dólar tuvieron de hecho, una restricción financiera invencible, impuesta por la necesidad de equilibrio del Balance de Pagos del país emisor de la moneda de referencia Pero después del fin del Sistema de Bretton Woods, en 1973, esta restricción desaparece, con el nuevo sistema monetario internacional “dólar-flexible” que no tiene ningún tipo de patrón metálico de referencia.
Por esto, se acostumbra decir que ocurrió una “revolución financiera” en la década de 1980, pero esta revolución provocó de hecho un retorno a los orígenes de la relación entre el poder, la moneda y el crédito. Los EUA volvieron a definir, de forma soberana y aislada – con base apenas en su poder – el valor de su moneda y de sus títulos de deuda pública, que se transformaron en una referencia de circulación y liquidez internacional casi automática. La más reciente “financiarización del capitalismo” cumplió un papel decisivo en la gigantesca acumulación de poder del Estado norteamericano, en las dos últimas décadas del siglo XX.
Concluyendo: en cuanto se mantenga la centralidad internacional de la moneda norteamericana, y de los mercados financieros de los EUA e Inglaterra, las finanzas de los dos países seguirán operando como instrumentos fundamentales de la reproducción y expansión del poder global y hegemonía económica de las dos potencias anglo-sajonas. En este sentido, la defensa y constitución de bancos centrales independientes, alrededor del mundo, se transformó en una pieza central de la política externa norteamericana e inglesa, no por las razones alegadas por los economistas en general, sino por el hecho de que los bancos centrales independientes y la desregulación de los mercados financieros es lo que garantizan la eficacia de las sanciones monetario-financieras que hoy operan como el segundo gran instrumento de poder global anglo-americano, y de su capacidad de punición e intervención en la política interna de los demás países.
* Cientista político y profesor de la Universidad Federal do Rio de Janeiro.
Traducción: Amersur