Economía: ¿por qué perdura el riesgo del colapso global?

Foto: Joseph Stiglitz - Fuente: PASOK https://www.flickr.com/photos/pasokphotos/

El economista y profesor estadounidense, premio Nobel 2001, considera que perdura el riesgo de un colapso financiero global por la continuidad de la crisis desatada en 2008.


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Publicado en Carta Maior 16 de febrero de 2016

Desde 2008, ninguna de las políticas “contra la crisis” osó cuestionar el papel de la aristocracia financiera. Fortalecida, ella amenaza provocar nuevos desastres.

Siete años después de irrumpir la crisis financiera global, en 2008, la economía mundial no paró de tropezar y rodar cuesta abajo, en 2015. Conforme al Informe de la ONU Situación y Perspectivas de la Economía Mundial 2016 , la tasa media de crecimiento en las economías desarrolladas tuve una caída de más de 54% desde la crisis. Cerca de 44 millones de personas están desempleadas en los países desarrollados, algo como 12 millones más que en 2007, en tanto que la inflación alcanzó su nivel más bajo desde el inicio de la crisis.

Más preocupante aún es que las tasas de crecimiento de los países avanzados también se tornaron más volátiles. Eso es sorprendente, porque las economías desarrolladas, con cuentas de capital totalmente abiertas, se tendrían que haber beneficiado del libre flujo de capital y participación internacional en los riesgos – y por lo tanto, experimentado una pequeña volatilidad macroeconómica. Además, las inversiones sociales, incluyendo los auxilios a los desempleados, deberían haber permitido a las familias estabilizar su consumo.

Pero las políticas dominantes durante el período post-crisis – reducción de impuestos y flexibilización cuantitativa (quantitative easing, o QE, en la sigla en inglés) [1] aplicadas por los principales bancos centrales – ofreció poco apoyo para estimular el consumo de las familias, las inversiones y el crecimiento. Al contrario, estas medidas tendieron a empeorar las cosas.

En los Estados Unidos, la flexibilización cuantitativa no estimuló el consumo y la inversión, en parte porque el mayor volumen de liquidez adicional retornaba a los cofres de los bancos centrales en forma de exceso de reservas. La ley de Desregulación de los Servicios Financieros de 2006, autorizó a la Federal Reserve (banco central norte-americano) a pagar intereses sobre las reservas necesarias y en exceso, perjudicando así, el principal objetivo del QE.

En 2008, con el sector financiero de los EUA al borde del colapso, la Emergency Economic Stabilization Act,  amplió, para tres años, el plazo para que el Tesoro pagase intereses sobre sus reservas. Como resultado, el exceso de reservas controladas por la FED se disparó, de una media de 200 billones de dólares en el período de 2000 a 2008 para 1,6 trillones durante 2009-2015. Las instituciones financieras prefirieron mantener su dinero en el banco central (Federal Reserve, o FED, banco central de los EUA), en vez de prestarlo a la economía real. Ganaron cerca de 30 billones de dólares – completamente libres de riesgos – durante los últimos cinco años.

Esto significa un subsidio generoso – y bien escondido – de la FED al sector financiero. Como consecuencia del aumento de la tasa de interés norte-americana, en el mes pasado, el subsidio va a  aumentar cerca de 13 billones de dólares, este año.

Estos incentivos perversos son una de las razones que ayudan a explicar porque los esperados beneficios de las bajas tasas de interés no se materializan. Dado que la QE consiguió mantener las tasas de interés próximas a cero por casi siete años, eso debería haber estimulado a los gobiernos de los países desarrollados a prestar e invertir en infra-estructura, educación y área social. El aumento de las transferencias sociales durante la poscrisis habría impulsado la demanda agregada y sustentado los patrones de consumo.

Además, el Informe de la ONU muestra claramente que, por todo el mundo desarrollado, la inversión privada no creció como se esperaba, delante de tasas de interés ultra bajas. En 17 de las 20 mayores economías desarrolladas, el crecimiento de las inversiones permaneció más bajo durante el período pos 2008, que durante los años anteriores a la crisis; cinco de ellas sufrieron una declinación de la inversión durante 2010-2015.

Globalmente, los títulos de la deuda emitidos por corporaciones no-financieras – supuestamente para realizar inversiones fijas – aumentaron significativamente durante el mismo período. Consistente con otras evidencias, eso implica que varias corporaciones no-financieras tomaron dinero prestado, aprovechando las bajas tasas de interés. Pero, en vez de invertir en la economía real, usaron el dinero para volver a comprar sus propias acciones o para adquirir otros activos financieros. Así, la QE estimuló aumentos acentuados en el apalancamiento, capitalización del mercado y lucro del sector financiero.

Pero, de nuevo, nada de eso fue de mucha ayuda para la economía real. Claramente, mantener las tasas de interés próximas de cero no necesariamente lleva a niveles más altos de crédito o inversión. Cuando se da a los bancos la libertad de escoger, ellos eligen el lucro sin riesgo o hasta la misma especulación financiera, en vez de empréstitos que darían soporte al objetivo más amplio de crecimiento de la economía.

Por contraste, cuando el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional prestan dinero barato a los países en desarrollo, imponen condiciones sobre lo que puede ser hecho con los recursos. Para alcanzar el efecto deseado, la QE tendría que haber sido acompañada no sólo de los esfuerzos oficiales para restaurar canales de empréstitos damnificados (especialmente aquellos dirigidos a emprendimientos pequeños y medianos), sino también por metas específicas de empréstitos para los bancos. En lugar de incentivar de forma eficaz a los bancos a no prestar, la FED debería estar penalizando a los bancos por mantener reservas en exceso.

Si las tasas de interés ultra bajas ofrecieron pocos beneficios a los países desarrollados, ellas impusieron costos significativos a las economías emergentes y en desarrollo. Una consecuencia accidental, pero no inesperada, de la flexibilización de la política monetaria ha sido el fuerte aumento en los flujos de capital transfronterizos. El flujo total de capital para países en desarrollo aumentó de cerca de 20 billones de dólares en 2008 para 600 billones en 2010.

Diversos países emergentes tuvieron dificultades para administrar la repentina explosión de flujo de capital. Una parte muy pequeña de ella fue para inversiones fijas. En verdad, el crecimiento de las inversiones en los países en desarrollo se desaceleró significativamente durante el período pos-crisis. En este año, se espera que el conjunto de los países en desarrollo registren su primer año de fuga de capital líquido – un total de 615 billones de dólares – desde 2006.

Ni la política monetaria, ni el sector financiero están haciendo lo que deben. Parece que la abundancia de liquidez fue destinada, desproporcionalmente, a la creación de riqueza financiera y a inflar burbujas de activos, en vez de fortalecer a la economía real. A pesar de las fuertes caídas en los precios de las acciones en todo el mundo, la capitalización del mercado permanece alta, en términos de participación porcentual del PIB mundial. El riesgo de otra crisis financiera no puede ser ignorado.

Otras políticas, de sentido opuesto, podrían restaurar un crecimiento sustentable e inclusivo. Para comenzar, es preciso reescribir las reglas de la economía de mercado para asegurar mayor igualdad, buscar más planeamiento de largo plazo, y colocarle riendas al mercado financiero, con regulación efectiva y estructuras adecuadas de incentivo.

Pero también será necesario un gran aumento de la inversión pública en infra-estructura, educación y tecnología. Esta tendrá que ser financiada, al menos en parte, por la creación de impuestos ambientales — inclusive sobre la emisión de carbono — y de impuestos sobre el monopolio y otras rentas no ligadas a la producción — que se diseminarán en la economía de mercado y contribuirán enormemente para combatir la desigualdad y el crecimiento mediocre.

[1] Se trata de un proceso de inyección sólida de dinero en las economías de los EUA y la Unión Europea, por iniciativa coordinada de sus gobiernos y bancos centrales. Estos liquidaron anticipadamente grandes cantidades de recursos públicos — o sea, pagaron con dinero a los aplicadores –, en un esfuerzo por combatir la recesión pos-2008 ampliando el stock de moneda disponible. Mientras tanto, como explica Stiglitz, terminó beneficiando a los estratos sociales más ricos. Tales grupos, en vez de poner en movimiento a la economía, ampliando el consumo o la inversión, utilizaron los recursos para nuevas aplicaciones financieras o la adquisición de empresas ya existentes — inclusive en el exterior. La quantitative easing favoreció, entre otros procesos, la ultra-valorización del real brasileño, entre 2009 y 2014. [Nota de la Traducción portuguesa de Carta Maior]

Fuente: Outras Palavras (traducción al portugués de Inês Castilho)

Las negritas son de AmerSur

Traducción al español:  AmerSur

    Integración regional