Por Paulo Nogueira Batista Jr. *
En este momento de aumento del proteccionismo en el mundo, adoptar una estrategia de apertura sería una jugada de perdedor. El coeficiente de importación del Brasil (apertura) es del 11,7%; en de los EUA 14,7%; India 21,8%; Rusia 20,7%; China 18,1%; Australia 20,6%, y Canadá 30,9%. La Unión Europea tiene un coeficiente de importación similar a los EUA.
Lector, considere, por favor, la situación de este modesto articulista. Yo escribo el martes 23 de abril El CartaCapital se extiende desde el próximo viernes 26 y está en los quioscos hasta el jueves siguiente. La mayor parte de la vida útil (tal vez inútil) de este artículo se dará después del fatídico segundo turno de las elecciones presidenciales.
¿Cómo escribir? Las indicaciones en este momento apuntan a la victoria de Jair Bolsonaro. Espero que esta previsión esté equivocada, como algunas de las que ya cometí en esta revista. En todo caso, escribo esta vez contra la esperanza.
Las ideas de Bolsonaro en el área económica , cuando existen, son nocivas y generalmente mal fundamentadas. Paso a comentar una de ellas: la apertura de la economía a través de la disminución de las tarifas aduaneras sobre las importaciones.
Por lo que sé, la apertura sería gradual. Menos mal. Una “apertura fulminante” estaría descartada por el equipo dirigido por Paulo Guedes , de acuerdo a las noticias.
En ese particular, la plataforma de Bolsonaro no difiere del sentido común de la clase del dinero. Como suele suceder, tengo mis divergencias con ese sentido común. Veamos por qué.
El argumento pro-apertura se apoya generalmente en los siguientes puntos. Primero, la apertura a la competencia del exterior retiraría la protección a los sectores atrasados y promovería la eficiencia de la economía. Segundo, la economía brasileña es una de las más cerradas del mundo. Tercero, el cierre se deriva en gran medida de tarifas de importación muy altas para los estándares internacionales.
Son medias verdades, señor lector. Y, como decía Tennyson, la media verdad es más peligrosa que la mentira pura y simple.
En cuanto al primer punto, no siempre se menciona que las tarifas elevadas de importación son una compensación, sólo parcial, para varios factores que gravan la competitividad de las empresas en Brasil.
Entre ellos, cabe destacar: a) deficiencias crónicas de los diversos tipos de infraestructura; b) peso y complejidad de los tributos; c) un elevado coste del crédito, en particular para las empresas que tienen poco o ningún acceso a préstamos externos y de bancos oficiales; y d) pesadas exigencias burocráticas de varios tipos.
Estos factores componen lo que se conoce como costo Brasil. La retirada de tarifas antes de emprender la compleja tarea de enfrentar estas desventajas sistémicas harían aún más desiguales las condiciones de competencia en el mercado interno para las empresas ubicadas en el país.
En cuanto al segundo punto, es cierto que el coeficiente de apertura comercial, tal como es normalmente mensurado, es bajo para Brasil. Los economistas suelen medir el grado de apertura de la economía comparando las exportaciones, las importaciones, o la suma de las dos, con el PIB. Por ese criterio, la economía brasileña aparece como una de las más cerradas.
Conviene no olvidar, sin embargo, que esa suele ser una característica de economías de tamaño continental, como la brasileña. No quiero abusar de la paciencia del lector y, principalmente, de la lectora (mi experiencia es que la mujer muestra una sana resistencia a la estadística), pero voy a apelar brevemente a algunos datos comparativos publicados por el Banco Mundial y otras fuentes.
Son datos de 2016 o 2017 referidos al total de las importaciones de bienes y servicios dividido por el PIB – conocido como coeficiente de importación de una economía.
Es cierto que el coeficiente es bajo en el caso de Brasil, es apenas del 11,6%. El coeficiente para la economía mundial es el 27,7%. Pero ¿cómo se presenta ese coeficiente en otras economías continentales?
En el caso de EUA, cuya economía es considerada (hasta Donald Trump, al menos) una de las más abiertas, el coeficiente de importación es de apenas el 14,7%, poco más de la mitad del mundial y no mucho mayor que el de Brasil. Otras economías continentales también tienen coeficientes considerablemente inferiores al mundial.
Para la India, por ejemplo, el coeficiente es el 21,8%; para Rusia, el 20,7%; China, el 18,1%; Australia, el 20,6%. La Unión Europea, considerada como bloque (es decir, midiendo sólo las importaciones fuera de la Unión), también presenta un coeficiente reducido, comparable al de los Estados Unidos.
De los países continentales, sólo Canadá presenta un coeficiente superior (30,9%) al mundo, en particular, de un país con población y actividad económica muy concentradas en la franja fronteriza con Estados Unidos, a quien siempre estuvo profundamente integrado.
Lo mejor que se puede decir en favor del argumento pro-apertura es que el coeficiente de importación para Brasil, aun teniendo en cuenta las dimensiones continentales del país, es considerablemente menor de lo que se podría esperar.
Tercero punto: es cierto que las tarifas brasileñas son mucho más altas que la media mundial. Pero también es cierto que las tarifas ya no son -y hace mucho tiempo- el principal instrumento de control de las importaciones.
Los países, incluso los campeones de la “globalización”, y en especial los más desarrollados, aplican los más variados tipos de barreras no arancelarias a las importaciones – cuotas, cuotas arancelarias, barreras sanitarias y ambientales, legislación antidumping y contra competencia desleal, requisitos laborales, entre muchas otras, como forma de controlar el comercio exterior y proteger la producción y el empleo nacionales. Trump es, en ese punto, sólo un practicante más desabierto, más sincero de las políticas habituales de Estados Unidos y de otros países desarrollados.
China, dígase de paso, es más un monumento a la hipocresía en el comercio internacional. Pregona, solemne, la defensa de mercados abiertos y de la “globalización”, pero practica el más descarado proteccionismo siempre que le conviene.
No se puede perder de vista, además, que una eventual apertura brasileña debe ser negociada, no unilateral. Concesiones sin contrapartidas de los socios comerciales debilitarán el poder de negociación de Brasil y del Mercosur en las negociaciones de acuerdos con otros países o bloques.
Finalmente, ¿no estaríamos en el peor momento para emprender una apertura de la economía brasileña, aunque gradual? Con Trump desencadenando la guerra comercial contra China y otros países, el ambiente se ha vuelto más proteccionista en la mayoría de los mercados relevantes.
¿Alguien que se precie va a jugar de pecho abierto? En ese ambiente, la apertura es la jugada del perdedor.
Publicado en Carta Capital 26-10-2018
*Economista, fue vicepresidente del Nuevo Banco de Desarrollo, establecido por los BRICS en Shanghai, y director ejecutivo en el FMI por Brasil y otros diez países